El crecimiento desmesurado del gasto público en la década del ’90 estuvo provocado principalmente por el aumento en los gastos de las provincias. El líder de esa competencia del derroche y la compra de votos aquí y allá fue Duhalde.
Cuando nos estrellamos, como era previsible, en el 2001 con una crisis de deuda, nuestra clase política decidió catapultar al estrellato presidencial al mismo Duhalde. Una falta de responsabilidad que yo definiría como bastante coherente. En realidad él era el jefe, y después de todo: ¿por qué no?
A partir de su gestión presidencial, Duhalde aumentó el gasto público con los planes Trabajar y el programa Jefes y Jefas de Hogar. Asimismo, el gasto no se reduce como parece, sino que aumenta, cuando no se pagan los intereses. Es que el hecho de que uno no pague los intereses, no quiere decir que no gaste en ellos. La cuenta no desaparece y en adelante vendrá acrecida con los intereses de los intereses, y así hasta vaya a saber dónde. El corte de manga a los acreedores locales y extranjeros pareció un remedio efectivo, pero en realidad es un lastimoso consuelo para un país que necesita de esos mismos acreedores para ampliar su base de capital y mejorar así el problema de fondo, que es el aumento del empleo y de los salarios.
Sin embargo, muchos economistas están contentos con Duhalde porque bajó el gasto público al licuar los salarios, que es el principal costo con la devaluación. El problema es que les bajó los salarios a todos. Los policías que se juegan la vida en las calles por nosotros, los que en vez de jugárselas liberan áreas para que nos asalten, los ñoquis, los jueces, etc. A todos. Es como si pensara que racionalizar es usar la ración en lugar de la razón. Le bajó la ración a todos.
Nos queda entonces una enorme tarea pendiente de reducir el gasto público. ¿Por dónde empezamos? Yo diría que por elegir a alguien que tenga interés en reducirlo y no a alguien que tenga interés en aumentarlo.
Para que este personaje aparezca, o mejor dicho se transforme, y en este sentido los argentinos estamos acostumbrados a las metamorfosis más alucinantes que existen, se necesita una cacerolazo de los contribuyentes, que se pongan firmes y expresen a través de todos los medios a su alcance: “O ustedes se ponen a reducir los gastos y nos dejan de saquear o nosotros nos vamos a defender como podamos. Y esta vez va en serio”. Esto hay que decirlo fuerte y claro. O mejor dicho, más fuerte y más claro.
En cuanto a la reforma del Estado en sí misma, al igual que en el caso de la seguridad, hay muchas cosas que se pueden hacer una vez que se toma envión.
El tema da para mucho y, sin querer agortarlo, sino sólo empezarlo, podemos afirmar:
a) No veo problemas técnicos en reducir el gasto de cualquier organismo público en por lo menos un 50 por ciento.
b) Hay problemas legales: por ejemplo, el artículo 14 bis de la Constitución vigente proporciona estabilidad al empleado público. Si bien esto pudo estar hecho para impedir que los empleados públicos sean sometidos al terror del despido si no adhieren a determinado partido o grupo de poder, la verdad es que al haber tanta gente sobrante, esta cláusula está protegiendo a un ejército de ocupación de ñoquis que tiene sitiado al país entero. Hay que encontrar soluciones.
c) Hay por fin problemas políticos: todos estos cambios crean tensiones en quienes dejan de recibir ingresos y no provocan necesariamente la adhesión de quienes tienen los ahorros. Será cuestión de, como decimos más arriba, que estos últimos se despierten de una vez por todas y se organicen.
d) En cuanto a la desocupación que se pudiera generar por la reducción de la cantidad de empleados del Estado, diría que el sinceramiento de ese problema es mejor alternativa a tenerlo escondido. Aunque paguemos lo mismo. © www.economiaparatodos.com.ar
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