La libertad de comer, columna en La Nación, marzo de 1984
En todos sus discursos de la campaña electoral del año pasado, Alfonsin machacó en el sentido, que, si lo votaban, su gobierno restablecería la plena vigencia de la Constitución Nacional. El Preámbulo con la voz del propio presidente repiquetea aún en millones de oídos argentinos:". . . .Y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros... “
Pero esta póliza de libertad, comprada con la prima del voto, dado a Alfonsin por millones de radicales y no radicales hartos de la prepotencia, parece que a sólo 130 días no alcanza para comer carne, que es precisamente una de las cosas que más hacemos.
Oportunidad
La medida me parece en extremo inoportuna. Habiendo otros problemas mucho más importantes, no entiendo por qué no se aplican las energías a resolverlos, dejando a la gente comer en paz sus churrascos.
Con seguridad, la motivación última está en que frente a un índice de precios de consumidor mayor de lo preanunciado para febrero “había que hacer algo" y como no se sabe cómo contener la pasmosa emisión, el gasto descontrolado y la evasión, se apela a esta medida.
Los controles al mercado de carnes son toda una tradición radical y es muy probable que Campero, que está semana tuvo bastante tiempo para leer en el avión en su viaje a Cuba y Alemania oriental, esté desempolvando antecedentes radicales, como por ejemplo los existentes en el Boletín Oficial del 5 de junio de 1965: 1/ precios máximos, 2/ retenciones a la exportación, 3/ autorización a la Secretaría de Comercio para disponer que la carne faenada almacenada en establecimientos frigoríficos sea destinada al consumo interno, y 4/ penalidad (y no impuesto) del 30 % del valor de las hembras preñadas en caso de destinarlas a la matanza.
Resultados decepcionantes
La idea de bajar el costo de alimentación o impedir que suba a través de la veda me parece que tiene serias fallas conceptuales, a menos que supongamos que las amas de casa no saben cómo gastar su dinero y que Campero lo sabe mejor que ellas.
Si había demanda de carne vacuna era sencillamente porque el ama de casa la prefería a otros productos alternativos, más caros en relación a la carne.
Quiere decir que al prohibir el consumo de carne vacuna se obliga al ama de casa a comprar estos productos más caros. Es decir que -aún manteniendo el precio de los sustitutos al mismo nivel que antes de la veda- la prohibición de comer carne en sí tiene que aumentar el costo de la alimentación y no bajarlo como supone el tándem Campero-Reca.
Si a esto le agregamos: el aumento del precio de los sustitutos por la mayor demanda, que para hacer frente a una semana sin carne hay que hacer las compras de golpe y que se necesita tener todo el dinero junto y una heladera más grande que antes, todo lo cual es accesible para unos pocos; llegamos a la conclusión de que el costo de la alimentación subirá más aún con la veda afectando directamente el bolsillo de la gente de recursos económicos bajos y medianos.
El costo de vida no mide la insatisfacción
Aunque la veda se haya implantado para que el costo de vida arroje un aumento menor en marzo, por las razones arriba comentadas ello no ocurrirá.
Pero como bien explica LA NACIÓN del 14/3,(ver "Veda: la clave está en los índices") el índice no llega a reflejar el mayor gasto que se produce súbitamente en los sustitutos, ni su verdadero costo, ya que los encuestadores pondrán los precios oficiales en vez de los reales. Como consigna el artículo citado: "Así, con fórceps, los índices se adaptarán o se acercarán a los deseos oficiales".
Pero si algún efecto se lograra por estas maravillas de las estadísticas, quedaría automáticamente invalidado ya que no reflejaría el grado de disconformidad introducido en la sociedad por la implantación de la veda y por la violencia que significa toda restricción a una elemental libertad. Tampoco reflejará la diferencia de proteínas entre las distintas dietas, y digámoslo de una vez por todas sin vergüenza tampoco se evidenciará la mayor satisfacción que muchos sentimos al paladear un buen pedazo de jugoso vacío en contraposición al insulso filet de merluza, ¡toda una maravillosa costumbre argentina envidiada por el mundo entero desaparece ante la prepotencia de una resolución gubernamental!
Falta de control de los actos de Gobierno
El hecho de que un secretario de Comercio por una simple resolución con 3 renglones de pobres fundamentos: "Dadas las circunstancias originadas en el mercado de ganado (¿cuáles?); que impiden el normal desenvolvimiento del mismo" (¿por qué?); pueda dejar a más de 16.000.000 de personas sin comer carne vacuna, me asusta o mejor dicho me pone los pelos de punta.
Me parece que una medida semejante debería haber sido objeto de un profundo debate.
En tal sentido creo que tendría una favorable acogida en la población un proyecto de reforma de la ley 20.680 de abastecimientos, que es la que permite toda esta prepotencia burocrática. Si ésta no es eliminada, como sería deseable, sería muy oportuno que, por lo menos, se restrinjan las facultades de la Secretaría de Comercio.
Si con la ley sindical se pretendió impedir que un pequeño grupo asuma el control total del sindicato sin consultar a sus afiliados, aquí debería adoptarse un criterio similar.
Creo que la democracia se verá mucho más afianzada si en este tipo de problemas los diputados y senadores no fueran meros espectadores de cómo se vulneran los más elementales derechos de los habitantes que se supone representan.
Las próximas medidas
Supongo que Campero ya tiene un plan de lo que hará después de la veda. Esperemos que sea abandonar la medida y dejar que la gente se las arregle con el carnicero. Si por el contrario insiste, iniciará probablemente el camino que ya conocimos a principios de la década del 70 con el gobierno militar.
Interesa explorar lo que se hizo en aquel entonces porque puede ser una alternativa muy posible en las próximas semanas. En junio de 1971 se estableció la veda por Ley 19.095. En enero de 1972 ya había fracasado porque el ama de casa compraba la carne en las semanas que no había veda. Esto se reconoce en los considerandos del Decreto 283 de ese año, sólo que en vez de abandonar la medida se aumentó la coerción al prohibir los picos de faena de hacienda por encima de determinado nivel considerado normal por la Junta Nacional de Carnes. De esta manera se impedía que el ama de casa hiciera su "jueguito ", que consistía simplemente en darle de comer carne a su familia.
El progresivo encarecimiento, el mercado negro, la matanza clandestina de animales, la concentración de poder en los frigoríficos dueños de las cuotas de matanza autorizadas , la venta de esas cuotas y otros males hicieron su irrupción en el mercado de carnes en prejuicio de la libertad de producir y consumir.
Esperemos que estos errores de aquel gobierno militar no sean ahora repetidos por la democracia, en la que, según Alfonsín, se vota, pero también entre otras cosas se come.